"¡A mí el Sanedrín!", gritas, y te arrojas por la ventana. Con las prisas del momento no te da tiempo a abrirla antes, así que atraviesas los cristales, con lo que duele eso. Por fortuna, la habitación estaba en el segundo piso y los duros adoquines de la calle amortiguan el golpe. Te levantas con dificultad, sin preocuparte de recoger los dientes que has perdido, pues desde la ventana te insultan y lanzan todo tipo de juguetes sexuales que a saber dónde han estado antes. Renqueando, huyes de allí.
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- Vas a casa.
- Vas a un hospital.
lunes, 3 de diciembre de 2007
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